domingo, 11 de febrero de 2018

BLOQUE 8 . Pervivencias y transformaciones económicas en el siglo XIX: un desarrollo insuficiente

Os dejo material complementario:












TRANSFORMACIONES AGRARIAS Y PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX
1. Introducción
2. Aspectos generales
2.1        hasta 1830
2.2. La población
2.3. Punto de partida de La agricultura: atraso secular
2.4. El problema educativo
2.5. La recuperación
3. La Agricultura: atraso en el campo español
3.1. Las Desamortizaciones
3.2. Los rendimientos agrícolas
3.3. La participación de la agricultura en el crecimiento económico
3.4 la ganadería
4. La Minería: exportación  y capitalización
5. El Ferrocarril: motor de la industrialización
6. La Industria
6.1. Causas del fracaso de la industrialización
6.2. Los inicios de la industrialización
6.3. La industria textil
6.3.1. La  industria algodonera
6.3.2. La industria textil de otras fibras
6.4. La industria siderúrgica
6.5. La diversificación industrial

  1. INTRODUCCIÓN
Mientras en Europa se producía la Revolución Industrial, en España apenas se producían unos pequeños cambios, lentos y tardías, motivo por el que buena parte de la historiografía económica, como Jordi Nadal o Tortella, hablan de fracaso de la Revolución Industrial en España.
Las causas, pueden achacarse a:
  • La agricultura estaba escasamente desarrollada, por lo que no sólo no ayudó a la industrialización, sino que fue una rémora.
  • La falta de capitales para afrontar la conversión industrial.
  • La pésima situación de los transporte: caros y malos, lo que entorpecía la industrialización.
  • La carencia o difícil explotación de las fuentes de energía.
  • La inadaptación del sistema político y social a las nuevas realidades económicas planteadas tras la pérdida de las posesiones continentales en América.
Lo que la industria decimonónica hubiera necesitado para su despegue habría sido un mercado interior formado, pero esto también falló, por lo que cada sector se desarrolló por su cuenta sin componer, entre todos, una economía nacional. Por eso se pudrían en el interior los granos castellanos mientras que Cataluña o Valencia gastaban el dinero en adquirir trigos extranjeros. En resumen, falta de coordinación y de integración de los distintos sectores.
2 ASPECTOS GENERALES
2.1 Hasta 1830
La Historia económica del siglo XIX español se divide en dos etapas claras. La primera viene marcada por el estancamiento, debido a una contracción económica entre 1800 y 1830 mientras que durante la segunda etapa, a partir de 1830, se produjo una lenta recuperación y posterior proceso de crecimiento.
La Guerra de la Independencia supuso una destrucción completa de las escasas riquezas españolas Los sectores más afectados serían la industria y las comunicaciones, al igual que la agricultura.
Asimismo, la pérdida de las colonias debido a la emancipación americana en el primer cuarto del siglo XIX, provocó la carencia total de metal acuñable y la práctica desaparición tanto del comercio de importación, como del comercio de comisión (paso de los artículos extranjeros por la península, con lo que dejaban impuestos y aranceles). Además se perdió un enorme mercado al que se exportaba gran parte de los productos manufacturados en España (textil y metalurgia).
Así pues, España entró en un período deflacionista durante el reinado de Fernando VII, en el que los precios caían de forma continua debido a la falta de demanda, ocasionada por la escasez de dinero y pérdida del mercado americano. La situación era tan precaria que prácticamente desapareció el mercado nacional a gran escala, pasando a una economía de subsistencia.
En el sector agrícola, la estructura de la propiedad seguía reflejando el sistema del Antiguo Régimen: grandes propiedades con distintas formas de amortización y vinculación, entre las que destacaban los mayorazgos y las propiedades eclesiásticas. A pesar de las medidas desamortizadores, la estructura siguió siendo prácticamente la misma, aunque ahora con distintos dueños. La ganadería había quedado prácticamente destruida durante la Guerra de la Independencia, reducida en un 60%, lo que supuso, incluso, la desaparición de varias razas autóctonas. Como en todas las etapas deflacionistas, se produjo un retorno a la tierra, que se manifestó a través del incremento de las inversiones en tierras y de las políticas de fomento de la agricultura.
Sin embargo, sería el sector industrial el que llevara la peor parte de la coyuntura deflacionista: la producción descendió hasta quedarse en 1/8 de lo que había a finales del siglo XVIII. También el comercio se vio muy afectado por la paralización del comercio exterior, que arrastró al interior, aumentando el número de quiebras de establecimientos comerciales. Además, el comercio interior se vio aún más perjudicado por el mal estado de los caminos (lo que encarecía los productos) y por el aumento de la inseguridad (muchos guerrilleros se habían convertido en bandoleros).
Todo esto supuso un empeoramiento de las condiciones de vida de los españoles de principios del XIX, que subsistían en un ambiente de pobreza extrema y, en muchos casos, de miseria. Esta situación se ve claramente en la administración, en la que los funcionarios, con sueldo, además de escaso, pagado mal y tarde, estaban abiertos a todo tipo de corruptelas. Así, la administración del Estado se convirtió en una maquinaria agarrotada que llevaba al fracaso de cualquier tipo de gestión.
2.2  REVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA
Pese al aumento de la población a partir del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX, este hecho no supuso cambios económicos fundamentales. Mientras que en Inglaterra el despegue demográfico se vinculó a la revolución industrial, en España no ocurrió lo mismo.
En España, de los 7.500.000 de habitantes que había en 1717 se pasó a 10.541.000 en 1797 y  18.608.100 en 1900, con una tasa media de crecimiento del 0,42 anual. En este crecimiento influyeron factores como la retirada de la peste, la extensión de los cultivos (la desamortización de la tierra aumentó la producción agraria), y la adopción del maíz y la patata  procedente de América.
El siglo XIX está marcado por una mortalidad excesiva, debido a las continuas guerras y las hambrunas. Sin embargo, la población aumentaba, debido básicamente a una mayor fecundidad, un aumento de la esperanza de vida, y al cese de la emigración tras la independencia de América, a principios de siglo. Sin embargo, el régimen demográfico antiguo con altas tasas de natalidad y mortalidad. A finales del siglo, los índices de mortalidad infantil están en el 20‰, y los de natalidad se situaban en torno al 34‰; la tasa de crecimiento vegetativo era del 0,9%. La natalidad continuó siendo alta, pero los períodos de mortalidad catastrófica reducían el crecimiento considerablemente. El cólera, en Andalucía desde 1830 y, sobre todo, la epidemia de 1885, produjo una sobremortalidad femenina e infantil, que supuso un descenso de la fecundidad.
Además, ya en al época, se dieron cuenta de que las enfermedades no atacaban a todos por igual. Había enfermedades que dependían claramente del nivel social y los recursos de la familia. Esto sucedió con la viruela, sobre todo tras la vacunación, con la tuberculosis y en general con todas aquellas enfermedades que dependían de la higiene y contra las que se habían encontrado soluciones. Además, se mejora el medio urbano, y también la alimentación, el vestido y la vivienda, la higiene pública y privada, se dota a las casas de agua potable y de evacuación de aguas residuales.
Sin embargo, en 1866 el 60% de los niños quedaban aún sin vacunar: estas ventajas sólo alcanzan a quien puede pagarlas, de ahí que las enfermedades tengan un componente social muy alto. La tuberculosis es compañera de la desnutrición y la miseria. Aunque se legisla con medidas higienistas, la falta de voluntad política retrasa su generalización hasta el Estatuto Municipal de 1924.
Durante el siglo XIX persistieron las crisis de subsistencia, en la medida que la agricultura seguía siendo la principal fuente de riqueza. El precio de los alimentos aumentaba y las condiciones en las que se desarrollaba la agricultura no eran las más saludables, sobre todo en el interior peninsular. Los altos precios de los alimentos provocaron una disminución de los nacimientos, a lo que había que sumar los efectos de las guerras y las crisis políticas. A mediados del XIX, en España, una mala cosecha seguía significando una mayor mortalidad y una menor fecundidad.
Se favoreció la emigración, política que se sostuvo hasta principios del siglo XX. Esto supondrá un aumento en la corriente migratoria hacia América, sobre todo a Argentina, Brasil y Cuba, a pesar de la independencia, ya que estos países admiten muy bien a los inmigrantes. También se dio la emigración golondrina a Francia, entre 1830 y hasta 1914, y a África: Marruecos, Argelia y el Sahara. La emigración golondrina tiene carácter anual, se emigra para las campañas agrícolas y se regresa todos los años.
El primer censo moderno, y más fiable de la época, es el que se hizo en 1857, que inaugura la serie regular de censos en España. Este censo nos permite saber que, hasta 1910, la población española aumentó un 94%, aunque no en todas partes igual. A pesar de todos los problemas, a finales del XIX se había iniciado la transición demográfica, con la disminución de la mortalidad ordinaria y el mantenimiento de la fecundidad. Sólo hacía falta que la mortalidad catastrófica y se redujese la emigración, para entrar de lleno en un despegue demográfico.
2.3 PUNTO DE PARTIDA DE LA AGRICULTURA: ATRASO SECULAR
El grado de desarrollo económico de una sociedad está vinculado a las características del medio geográfico y a los medios tecnológicos de los que dispone. Estos dos factores, con ser básicos, no están aislados, sino que se relacionan a través de la estructura institucional. En España estos tres factores fueron terriblemente deficientes, lo que provocó un importante retraso con respecto al resto del continente, y cuyas causas están en la evolución de los siglos anteriores.
En España las dificultades físicas son muy importantes debido a la propia configuración del territorio, con una meseta central elevada y árida, que aísla de la transmisión de productos, personas e idea, al tiempo que encarece los transportes, lo que se convierte en un poderoso obstáculo a la modernización. El peso de los factores climatológicos (escasas lluvias) y edafológicos (suelos poco fértiles) era muy importante, ya que limitaba la productividad. Si a esto añadimos que unos dos tercios de la población estaba dedicada a una agricultura con un nivel de productividad bajísimo (prácticamente de subsistencia), veremos que el lastre es aún mayor.
El enorme sector agrícola, también falló como mercado para industria, como fuente de capital y como aporte de mano de obra a la industria, ya que los movimientos de población del campo a la ciudad fueron escasos. No se sabe si los campesinos no se movieron por su propio carácter conservador o debido al escaso dinamismo de la industria, que no tiró de ellos. Sería necesario un choque externo -la competencia de los cereales extranjeros a finales de siglo- para que se produjera el abandono de los campos, hacia las ciudades y hacia ultramar.
Los factores negativos de la agricultura española podrían haber facilitado el trasvase de población al sector industrial (como ocurrió en Suiza) pero la inexistencia de una política librecambista que favoreciera los intercambios impidió este hecho, junto con los bajos índices de educación y la rémora de las barreras arancelarias.
La agricultura tampoco proporcionó una corriente de exportaciones suficiente, aunque la mayor parte de las exportaciones españolas fueran de productos agrícolas, lo que no hacía sino reflejar las situación del país con una economía mayoritariamente agrícola que no podía exportar otra cosa que productos naturales (también hay que incluir la exportación de materias primas mineras, aunque en menor proporción).
La política estatal no pudo contener el déficit presupuestario, que se convirtió en crónico, repercutiendo en todos los aspectos económicos a través de la desestabilización monetaria, la subida de los tipos de interés y el descrédito español en el extranjero. Esta situación sólo dejó el recurso a la desamortización, a pesar de la cual, la estructura de la propiedad quedó invariable, con los problemas clásicos de los latifundios y minifundios, la propiedad absentistas y los distintos tipos de aparcería.
En resumen, la falta de progreso de la agricultura española, debida a una combinación de factores físicos y culturales, fue uno de los principales obstáculos a la modernización económica del país.
2.4 EL PROBLEMA EDUCATIVO
Los índices de alfabetización españoles eran muy inferiores a los del resto de Europa. Entre las posibles causas de esta situación se barajan la influencia de la Iglesia Católica, que no promovía, como en los países protestantes, la lectura directa de la Biblia, o la política educativa del gobierno, que no fomentaba el aumento de la escolaridad, en un país de renta muy baja donde el trabajo infantil era un aporte importante a la economía familiar.
Las consecuencias económicas de esta falta de alfabetización, discutidas por algunos sectores de la historiografía actual, se resumen en:
  • Los trabajadores alfabetizados tienen una mejor capacidad de comunicación, ya que podrían leer manuales de instrucciones y realizar, por tanto, trabajos más técnicos y complejos.
  • Además, estos trabajadores podrían ampliar sus conocimientos, adquiriendo nuevos oficios o nuevas técnicas dentro del suyo.
  • El aprendizaje del lenguaje y la gramática, permite un mayor desarrollo de la capacidad de pensar y aprender, o que repercute positivamente en la labor realizada en el marco del trabajo.
2.5 LA RECUPERACIÓN
A mediados del siglo XIX se inicia una lenta recuperación debido a la inversión de los valores antes mencionados: la población campesina abandonó sus campos (muy lentamente) bien atraída por la industria o el comercio, bien expulsada por las difíciles condiciones de vida en las que se desenvolvía su trabajo en el campo, cada vez peores por las importaciones de cereales procedentes del exterior y que provocaron una caída de los precios agrícolas y el consiguiente paro de los campesinos, cuando no la ruina total.
La competencia de las agricultura ultramarinas sirvió de acelerador de la modernización española gracias a que provocó la transferencia de población y recursos desde actividades agrícolas poco productivas (cereales y leguminosas) a otras de mayor productividad (vid, olivo, frutas y hortalizas) y con mejores mercados de exportación, sobre todo en el norte de Europa.
Para atenuar los efectos de las importaciones se implantaron barreras arancelarias, que no impidieron que se acentuase la tendencia a emigrar, lo que contribuyó sobremanera a la modernización económica y a la industrialización, gracias a la abundancia de mano de obra barata y a la importación de capital y tecnología proveniente de los emigrantes. Asimismo aumento el grado de urbanización y alfabetización, aunque siempre en niveles muy por debajo de los de otros países europeos del momento.


3 LA AGRICULTURA: ATRASO EN EL CAMPO ESPAÑOL
Como ya se ha dicho, durante el siglo XIX la agricultura era la más importante de las actividades económicas, ya que empleaba a mas del 65% de la población activa y generaba (junto con la ganadería) la mitad de la renta nacional. Además era el sector que más peso tenía en las exportaciones.
El retraso en la modernización económica española se puede explicar por el estancamiento agrario debido a distintos factores:
  • Naturales y geográficos.
  • Sociales y culturales, derivados de la desigual distribución de la tierra, con una nobleza terrateniente propietaria de grandes latifundios en los que trabajan campesinos en condiciones miserables.
Estas características iniciales se dieron en casi todos los países europeos, y en casi todos se realizaron reformas que introdujeron mejoras técnicas y estructurales que permitieron un aumento de la productividad.
3.1 LAS DESAMORTIZACIONES
El liberalismo político que subió al poder tras la muerte de Fernando VII en 1833, realizó una serie de disposiciones tendente a impulsar un cambio de orientación económica en el país, imponiendo la libertad de trabajo, de comercio, de industria y de contratos, aunque la propiedad fue garantizada en todo momento.
La meta de los gobiernos liberales era la movilización de las inmensas masas de propiedades agrícolas ligadas (amortizadas en manos muertas, que no podían enajenarla ni dividirla) desde tiempos inmemoriales. Esta inmovilización de la tierra era el freno más importante a cualquier desarrollo agrícola.
La desamortización española se hizo según el modelo de la Revolución Francesa, y ya había dado sus primeros pasos en el siglo XVIII, con algunas disposiciones durante el reinado de Carlos III. La reforma agraria de los liberales consistía en la incautación, con la compensación correspondiente, de bienes raíces de la Iglesia y de los municipios para su posterior venta en subasta pública. Esto permitiría obtener ingresos importantes para el presupuesto estatal.
Las desamortizaciones se desarrollaron en cuatro fases, según Simón Segura:
  1. La de 1798, de Cayetano Soler.
  2. La del Trienio Liberal, entre 1820 y 1823.
  3. La de 1836, de Mendizábal.
  4. La de 1855, de Madoz.
Las dos primera tuvieron escasa incidencia, ya que se centraron en la expropiación de bienes de órdenes religiosas suprimidas, hospitales y baldíos. Las dos últimas serían las más importantes.
La desamortización de bienes eclesiásticos de Mendizábal se desarrollo en dos etapas consecutivas, siendo el punto de partida el decreto de 19 de febrero de 1836, que ponía en marcha la nacionalización de los bienes del clero regular (monasterios y conventos) y su posterior venta. Con los fondos obtenidos, Mendizábal pretendía financiar la guerra carlista, sanear la Hacienda y crear una familia de propietarios, adicta a la causa liberal. COmo uno de los objetivos era la creación de una burguesía agradecida, se admitió el pago mediante títulos de deuda lo que supuso que los campesino no pudieran pujar. En la Ley de agosto del 37 no se exigía títulos de propiedad sino posesiones de territorialidad del señorío.
La segunda etapa se produjo durante la regencia de Espartero (1840-1843) y comenzó con la publicación de la ley de 2 de noviembre de 1841 por la que se incluía dentro de los "bienes nacionales sujetos a expropiación", los bienes del clero secular. Hasta 1844 las ventas se realizaron a buen ritmo, pero con la vuelta del partido moderado al poder (Década Moderada) la situación se fue relajando hasta suspenderse después de la firma del Concordato de 1851.
La Desamortización General o Ley Madoz, de 1 de mayo de 1955 afectaba no sólo a los bienes de la Iglesia, sino a todos los bienes amortizados, entre los que se incluían los del Estado y los de los municipios, que pasarían a venderse en subasta pública. Bajo esta ley se vendieron la práctica totalidad de los bienes objeto de la mimas, aunque la parte más importante ya se había vendido anteriormente. En este caso el pago se exigió en metálico.
Este enorme movimiento de recursos monetarios tuvo un gran impacto en la economía nacional, ya que a partir de ese momento estos bienes tributaron al Estado y, además, podían ser vendidos. Se produjo también una acentuación del latifundismo, ya que los compradores eran personas con importante nivel económico, de modo que los campesinos pobres, los que más necesitaban la tierra, quedaron al margen del proceso. La tierra pasó a manos laicas y privadas, pero ni se concentró ni se dispersó, y en las zonas donde dominaba el latifundismo, siguió así, aunque con propietarios diferentes.
Lo que si hicieron los nuevos propietarios fue poner en explotación la tierra, aumentando la extensión del cultivo y, por consiguiente, la producción. Esto era muy necesario ya que había que mantener a una población creciente (a ritmo lento, pero continuo), que provocó un aumento de los precios agrícolas y del valor de la tierra.
Este alza continua de los precios de la tierra provocó que la desamortización fuese un buen negocio tanto para las clases burguesas acomodadas como para la aristocracia, cuyas tierras no fueron expropiadas, pero sí desvinculadas. Aunque la nobleza terrateniente perdió derechos señoriales, adquirió la plena propiedad de sus tierras, siendo una de las grandes beneficiadas del proceso desamortizador.
Las víctimas principales fueron la Iglesia, los municipios y, sobre todo, los campesinos pobres y los pequeños propietarios agrícolas, que dependían de los bienes comunales y de propios de los ayuntamientos para completar sus ingresos.
3.2 LOS RENDIMIENTOS AGRÍCOLAS
Aunque la desamortización, al aumentar la superficie cultivada, permitió un aumento de los rendimientos, también hay que tener en cuenta una serie de factores que participaron en ese incremento:
  • Abolición del diezmo.
  • Supresión de la Mesta.
  • Mejora (lenta pero evidente) de las comunicaciones y transportes.
  • Medidas proteccionistas a favor de los cereales.
  • Crecimiento demográfico.
La distribución de cultivos en España se mantuvo estable en el siglo XIX dentro de la estructura de la trilogía mediterránea: cereales -sobre todo, trigo- vid y olivo, seguidas por las leguminosas, aunque con menor importancia. A partir de los 60´s del s. XIX aparecen algunos signos de evolución agrícola, definidos por un retroceso en la superficie dedicada al cereal y la expansión de cultivos como la vid, el olivar y los frutales. Esto permitió un aumento de la productividad gracias a las mejoras técnicas. En estos momentos se configuran las principales regiones agrarias.
El retroceso de los cereales se debió a la entrada masiva de cereales extranjeros y la consiguiente caída de los precios. Esta regresión se vio compensada por la expansión del cultivo de la vid, favorecida por la plaga de filoxera en Francia. El cultivo se expandió de las regiones periféricas hacia el interior (La Rioja, La Mancha, León) ocupando tierras anteriormente cerealistas. Estas exportaciones se convirtieron en el principal capítulo hasta 1890, siendo el 61% del total. La llegada de la filoxera a España, en los 90, provocó la ruina de muchas empresas y una importante crisis en el sector. El olivar también se extendió por Córdoba, Jaén, Aragón y Cataluña, debido a la demanda exterior, sobre todo desde América.
El empuje más importante vendría de la mano de los frutales y cultivos de regadío, destacando los cítricos que se cultivaban en la zona del litoral Mediterráneo. La productividad en dinero del regadío era 10 veces superior a la del secano, lo que estimuló a los gobiernos a acometer una modernización del sector a través de una política hidráulica Sin embargo, y a pesar de que la producción de cereales disminuía, la superficie dedicada a su cultivo aumentaba, debido sobre todo al sistema de rotación, de año y vez, que dejaba cada año una importante extensión de tierra en barbecho. También se puede explicar este hecho por las medidas proteccionistas y barreras arancelarias establecidas sobre las importaciones de cereales. Sin embargo, de ningún modo se puede hablar de una revolución agrícola, ya que los rendimientos del cultivo de cereales eran bajísimos.
3.3 LA PARTICIPACIÓN DE LA AGRICULTURA EN EL CRECIMIENTO ECONÓMICO
Por lo general, todas la economías, al iniciar su desarrollo, partieron de bases agrarias. En el caso español, ya se ha visto que las transformaciones fueron escasas, creciendo el sector agrícola de forma muy lenta y con escasa producción. En referencia a la producción de excedentes, no se llegó a niveles satisfactorios, ni para la exportación, ni para la alimentación. De hecho, pervivieron las crisis de hambre periódicas.
El nivel de consumo entre la sociedad campesina era muy bajo, por lo que nunca se convirtió en mercado para los productos industriales. De hecho, el sector agrario no fue proclive a la adquisición de maquinaria moderna, manteniéndose apegado al utillaje tradicional de arado romano de madera y hierro o al trillo de madera y sílex.
La transferencia de capital hacia otros sectores se produjo, generalmente a través del sistema fiscal, pero de forma insuficiente y mal distribuida. Un elevadísimo porcentaje de lo recaudado (ya mermado x el fraude fiscal) se empleaba en los gastos militares y en empresas poco rentables. En cuanto al ahorro privado derivado de la agricultura, era muy poco lo que se invertía en otros sectores, debido a la desconfianza de los campesinos hacia la industria, por lo que preferían atesorar sus ganancias.
Durante el siglo XIX la mano de obra agrícola sufrió pocas variaciones, por lo que el trasvase a la industria y otros sectores fue muy escaso y limitado. Sin embargo, esto no significa que no hubiera migraciones, mayores a partir de 1880, pero su destino era mayoritariamente el extranjero, ya que en las ciudades, la limitación del sector industrial tampoco demandaba una gran cantidad de mano de obra.
Por último, en referencia a la presencia de la agricultura en la exportación, como ya se ha mencionado, la de cereales descendió a favor de la exportación hortofrutícola y de productos ganaderos y forestales (como el corcho.
3.4 LA GANADERÍA.
La desamortización en principio resultó muy negativa para la ganadería. Dentro del panorama general de crisis la ganadería ovina destaca por la pérdida del valor del carnero. Se redujo un tercio el número de cabezas por lo que en la política agropecuaria primo la cantidad y no la calidad. La tradicional lana española había dejado de ser lo que era. El único recurso posible que quedaba era el fomento del ganado mular. Éste era de alto coste, difícil de mantener pero resistentes y hábiles para el trabajo agrícola. De ahí su importancia desde 1876. En definitiva  agricultura, desamortización y ganadería respondieron a la política liberal del momento. Eso sí la reforma agraria se tradujo en mano de obra para la industria cuestionando o no el hecho en sí mismo de la Revolución Industrial en España.


4.LA MINERÍA: EXPORTACIÓN  Y CAPITALIZACIÓN
Los recursos mineros con los que cuenta España son buenos, debido tanto a la existencia de importantes reservas de mercurio, hierro, cobre, plomo, cinc, etc., como a la ubicación de los yacimientos cerca de los puertos, lo que permitía que el transporte (sobre todo, la exportación) fuera posible.
La minería española estuvo estancada hasta casi finales del siglo XIX, debido a factores como la falta de capitales y de conocimientos técnicos, y a al subdesarrollo general que impedía la existencia de mercados para esta actividad. Sin embargo, parece que uno de los factores que más peso tuvo en la limitación del desarrollo de la minería fue la legislación, excesivamente regalista: ya la Ley de Minas de 1825 establecía el dominio eminente de la Corona sobre las minas, lo que dejaba en precario a los concesionistas.
La situación anterior cambiaría con la llegada de los liberales después de la revolución de septiembre de 1868. En diciembre de ese año se publicó la Ley de Bases sobre Minas, que simplificaba la adjudicación de concesiones y proporcionaba seguridad al concesionario, y en octubre de 1869, la Ley sobre libertad de creación de Sociedades Mercantiles e Industriales, incluía a las mineras en su ámbito de aplicación. Estas leyes básicas se complementarían con una serie de disposiciones menores que favorecieron el auge minero.
El caso más destacado es el de la minería de hierro, poco desarrollada debido a las limitaciones de la siderurgia española. Sin embargo, el auge de la producción de acero inglés sería determinante, especialmente después de la aparición del convertidor Bessemer, que estimuló la demanda de hierro español (sin fósforo). A partir de 1871 se instalaron en España más de veinte empresas británicas dedicadas a la explotación de las minas de hierro del país. También llegaron algunas con capital francés y franco-belga, y en algunos casos hubo participación de capital español, sobre todo en la exploración mineral (Ybarra).
Las explotaciones mineras necesitaban unas infraestructuras mínimas importantes, pues aunque el mar estaba cerca, el mineral tenía que ser extraído y transportado en grandes cantidades. Para ello se construyeron ferrocarriles mineros, muelles de carga, instalaciones de lavado y concentrado, etc. Estas inversiones no hubieran podido realizarse sin la existencia de una demanda.
La mayor parte del mineral producido (el 90%) se dedicaba a la exportación, de los cuales dos tercios se dirigían a Inglaterra y el resto a Alemania y, en menor proporción, a Francia y Bélgica. Hacia EE.UU. partía muy poco hierro, que salía de Málaga. El rápido incremento de las exportaciones convirtió a la España de fin de siglo en el mayor exportador de hierro de toda Europa, llamando la atención especialmente la desproporción entre producción y exportación (recordemos que se exportaba el 90% de la producción, siendo tan sólo un 10% lo que quedaba en el país). Esta exportación masiva tuvo efectos dinamizadores sobre la economía, posibilitando el desarrollo de la siderurgia vizcaína gracias a la capitalización de los beneficios de la exportación del mineral de hierro a Inglaterra. Esto se manifiesta también a través del aumento demográfico de la zona, del incremento del empelo en la industria y en el comercio, del crecimiento de las actividades industriales, de las sociedades mercantiles y del sistema bancario.
La exportación de plomo aventajó a la de hierro en valor acumulado exportado durante todo el siglo, debido a que tanto su producción como su exportación se hacían a gran escala desde hacía tiempo y que se exportaba ya beneficiado, es decir, con mayor valor añadido. Desde 1830 el plomo se extraía con métodos relativamente modernos de las minas de Córdoba, Granada, Jaén y Murcia. Hasta esas fechas las explotaciones estaban en manos españolas, pero a partir de entonces la actividad empezó a interesar al capital extranjero, que estaba dispuesto a realizar las inversiones que lo españoles no habían hecho: los yacimientos abandonados en Jaén por ruinosos, fueron adquiridos por compañías extranjeras (francesa e inglesa) que los convirtieron en rentables. La afluencia de capital y tecnología extranjeros, el agotamiento de las explotaciones y la mejora de los transportes, permitieron que la producción de plomo de zonas del interior superase a las del litoral.
El mismo proceso se dio en la minería de cobre, conocido en el suroeste peninsular desde tiempo inmemoriales. Los yacimientos más importantes estaban entre los ríos Tinto y Odiel, que durante el siglo XIX fueron explotados de forma deficiente por los concesionarios, de forma que apenas reportaban beneficios al Estado. Las minas estaban en situación de abandono cuando la empresa francesa Compañía de Minas de cobre de Huelva comenzó a explotarlas en 1855. Sin embargo, las mayores posibilidades (financieras y de demanda) provenían de Inglaterra, interesada en las piritas de Huelva -materias primas para la industria química: sosa cáustica y ácido sulfúrico-, por lo que un consorcio de industriales químicos ingleses formó la Tharsis Sulphur and Copper Company en 1866, que llegó a un acuerdo con la compañía francesa para iniciar las obras necesarias para comenzar con la explotación a gran escala. Así, parte del mineral se refinaba in situ y el resto se exportaba a Inglaterra para la industria química.
La situación de las minas de Río Tinto se normalizó más tarde. Eran unas minas que no daban ingresos al Estado, que presionado por las deudas, procedió a su desamortización en 1870. Sin embargo el precio por la concesión era tan alto y la inversión que había que hacer era tan grande, que tardaría en llegar un comprador. Sería en 1873 cuando un consorcio internacional encabezado por el banquero Hugh Matheson, y del que formaban parte un banco alemán y el banco de España, se hicieron cargo de la mina. Durante bastantes años construyeron el ferrocarril minero y los muelles, al tiempo que preparaban la mina para la explotación. Una vez que empezó a funcionar, se vio el éxito de la inversión y el cumplimiento de los objetivos iniciales.
Las minas de mercurio de Almadén, las más ricas del mundo, también habían sido explotadas desde la Antigüedad, siendo propiedad del Estado desde el siglo XV, que solía aportarlas en infinidad de ocasiones como garantía de distintos préstamos, forma en la que llegó a manos de los banqueros Rothschild. Desde el XVI el mercurio se usaba para la amalgama en el beneficio de la plata, pero tras la Revolución Industrial sus usos se multiplicaron -desde la fotografía a la electricidad, pasando por la fabricación de explosivos-. El mercado principal estaba en Londres y hacía Inglaterra iba el 88% de la producción española de mercurio.
También tuvo importancia la minería de cinc de Santander, explotado por la Real Compañía Asturiana de Minas, de capital belga, siendo a Bélgica donde se exportaba la mayor parte del mineral. También se exportaba el cinc de las minas de Cartagena.


5. EL FERROCARRIL: MOTOR DE LA INDUSTRIALIZACIÓN
El ferrocarril empezó su andadura durante la década moderada (1844-1854), aunque hubo algunas iniciativas en los tiempos de Fernando VII que fracasaron por la falta de apoyo del gobierno más que por la falta de inversores privados.
Según Tortilla, sería la falta de capital y la ausencia de conocimientos técnicos, que causaban el atraso económico general, las causantes también del retraso en el progreso de la red ferroviaria. Asimismo, otra causa importante, si no la principal, del retraso económico y ferroviario era la política de gobierno, que no inspiraba confianza a los inversores extranjeros ( Fernando VII se había negado a pagar los créditos solicitados por los gobiernos del Trienio Liberal).
Además el cierre de la Escuela de Ingenieros de Caminos y Canales en el reinado de Fernando VII, que impidió la formación de técnicos, y las guerras carlistas, tendremos los motivos del retraso de la instalación del ferrocarril.
Finalmente, en 1844 se creó una comisión para asesorar al gobierno en la cuestión del ancho de vía, que se estableció en 1,67 metros (15 cm más que en Europa). El motivo era que parecía necesario un ancho de vías mayor para facilitar el equilibrio de máquinas y vagones debido a la difícil orografía española. Aunque más tarde se vio que este problema era solucionables, se mantuvo el ancho de vía mayor.
  • La 1ª línea de ferrocarril fue Barcelona-Mataró, inaugurada en 1848, con 28 km. Había sido construida por una empresa local bajo la protección de la reina Mª Cristina, por lo que el capital era nacional, si bien la parte técnica (ingenieros y material) estuvo en manos extranjeras. Empresa muy rentable al principio x transporte de viajeros.
  • La siguiente línea en inaugurarse fue la de Madrid-Aranjuez, de 50 km, cuya concesión databa de 1845. Las obras se interrumpieron por la crisis financiera de 1847, problemas de la dirección (José de Salamanca, su promotor, tuvo que exiliarse) y dificultades políticas. En 1849 se reanudaron las obras y la línea se inauguró en 1851.
  • La tercera línea fue la de Sama de Langreo-Gijón, de 40 km, cuyo fin era el transporte de carbón desde la cuenca minera hasta el mar, para ser embarcado. No empezó a funcionar hasta 1855.
El ritmo de construcción fue muy lento hasta la llegada del partido progresista al poder en 1854, cuando se promulgó la Ley General de Ferrocarriles de 1855, que permitió volcar todos los recursos necesarios para su construcción, al considerarlo un sector imprescindible en la modernización de la economía. Esto supuso un impulso considerable y si hasta 1855 sólo había 475 km de vías, en 1868 ya eran casi 5000 km. Sin embargo, no hubo planificación en la construcción, dejándose ésta y la explotación en manos de la iniciativa privada. Únicamente se salvó el principio jurídico de que las vías pertenecían al Estado (por el dominio del suelo), por lo que las compañías ferroviarias eran sólo concesionarias.
El impacto del ferrocarril en la industrialización ha sido muy discutido por la historiografía, sobre todo en cuanto a su alcance e impacto.
  • Sobre todo se encuentra en revisión el tópico que hace responsable al modelo de construcción de ferrocarril (dependiente del capital, material y técnicas extranjeras, gracias a leyes que favorecían la importación) del atraso de la industrialización nacional. En los momentos de desarrollo del ferrocarril, la industria metalúrgica y siderúrgica no estaba en condiciones de responder a la demanda, ya que hasta 1882 no se crearon las primeras fábricas con tecnología adecuada.
  • El ahorro social (reducción de costes, integración del mercado, etc.) generado por el ferrocarril, compensó con creces las subvenciones estatales dadas a las compañías concesionarias.
  • Tb hay q considerar los efectos dinamizadores que tuvo la inversión extranjera sobre el conjunto de la economía.
El primer gran impulso constructor es el de la década de los 70, en el marco de la Ley de 1855. Durante la restauración el ritmo constructor se mantuvo al amparo de la Ley General de Ferrocarriles de 1877, que confirmaba la legislación anterior y tranquilizaba a los inversores. Otro objetivo de la nueva ley era paliar los desequilibrios espaciales impulsando el tendido de líneas transversales y periféricas y cubriendo los tramos de difícil construcción. También se acometió la construcción de los ferrocarriles de vía estrecha para el transporte de viajeros y de mercancías especificas, como el carbón y los minerales.
Durante la Restauración se afianzó la tendencia a la concentración empresarial hasta llegar al oligopolio de dos grandes empresas: la Compañía del Norte y la MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante), que en 1896 firmaron acuerdos sobre el reparto del tráfico.
La inversión de capital extranjero, sobre todo, francés se mantuvo por encima de la del capital nacional, pero ésta no fue tan pequeña como se cree. En cualquier caso, lo más relevante es el impacto del ferrocarril en el conjunto de la economía, que puede considerarse en un doble sentido: como consumidor e impulsor de la industria, y como productor de una nueva oferta de transporte de mercancías y viajeros.
En referencia al ferrocarril como cliente de la industria, al margen de lo ya señalado anteriormente sobre la incapacidad de la industria siderúrgica de afrontar la demanda del ferrocarril en los primeros momentos, lo que sí parece evidente es que a partir de 1890 se produce un giro en los encargos de material ferroviario, concertándose casi todos los encargos con fábricas vascas, que aprovechan tanto el arancel como la depreciación de la peseta.
La industria de material ferroviario, antes de 1882, era inexistente: en esa fecha se fabricó el primer vagón, mientras que la primera locomotora se haría en 1884. El nacimiento de esta industria coincide con el auge de la industria pesada en general a partir de los años ochenta gracias a la modernización de los altos hornos vascos y al impulso de las demandas del sector público.
También la industria hullera se beneficiara de la demanda del ferrocarril (1/3de la producción), que si al principio tuvo que acudir a la importación, fue por la insuficiencia y deficiencia del carbón español. De hecho, serán las propias compañías ferroviarias las que promuevan algunas explotaciones carboníferas. Lo mismo ocurrirá con la industria maderera, ya que la demanda para el tendido de las líneas fue importante al principio, concentrándose en sectores de escaso valor añadido (industria maderera, industria hullera, mano de obra no cualificada, etc.), ya que los abastecimientos principales (siderúrgicos, material ferroviarios y mano de obra cualificada: ingenieros y administradores) llegaron de Inglaterra, Francia y Bélgica.
El impacto del ferrocarril sobre el mercado de trabajo tuvo un carácter coyuntural y estacional. Los trabajadores se contrataban in situ entre los labradores en paro forzoso, de forma que la plantilla no fue amplia hasta después de 1918.
Ningún medio de transporte antiguo podía competir con el ferrocarril, ni en el transporte de mercancías ni en el de viajeros, siendo el impulso definitivo a la integración del mercado nacional. Una de las manifestaciones más relevantes de esta integración fue la desaparición de las diferencias regionales de precios agrícolas.
El análisis del tráfico ferroviario nos proporciona una buena visión del grado de desarrollo, de las desigualdades regionales y de la dirección de los intercambios. Durante el último cuarto del siglo XIX el análisis del tráfico ferroviario muestra los siguientes hechos referentes a la economía española:
  • Hasta 1900 predomina el transporte de mercancías agrarias.
  • El auge del tráfico de materiales de construcción pone de manifiesto el crecimiento del proceso urbanizador.
  • El auge en los 80 y el derrumbe de los 90 en la producción vitícola.
  • El impacto de la crisis triguera sobre la producción de harina queda perfectamente reflejada en la caída de la exportación de la harina castellana al  tiempo que nace la catalana.
  • La caída general del tráfico ferroviario a finales de siglo es un signo más de la crisis finisecular.


6. LA INDUSTRIA
El fracaso de la industrialización española no responde exclusivamente a un retraso cuantitativo y cualitativo respecto a los demás países europeos, sino también al hundimiento de los proyectos públicos y privados que pretendía logra que España marchase por la vía de la modernización económica, que pasaba, forzosamente, por la industrialización.
Aunque no se alcanzaron los objetivos, estos intentos no fueron del todo estériles, pues el estancamiento no llegó a ser total, sobre todo en Cataluña. Además, se desarrollaron algunas industrias, se construyó una red ferroviaria, se reformaron los sistemas monetario, bancario y fiscal, se institucionalizó el presupuesto anual. Sin embargo, no puede decirse que la Revolución Industrial se realizara plenamente.

6. 1 CAUSAS DEL FRACASO DE LA INDUSTRIALIZACIÓN
Aunque existe acuerdo sobre el fracaso industrializador, lo que varían son las interpretaciones sobre las causas del mismo, oscilando entre los que lo achacan a factores endógenos (problemas políticos, estructura social, recursos naturales, etc.) y los que lo atribuyen a factores exógenos, derivados del uso de capitales extranjeros.
Nadal consideró de especial importancia los siguientes factores:
  • El fracaso de la reforma agraria y el posterior desarrollo de la minería impidió que estas dos bases naturales sostuvieran la Revolución Industrial. A esto hay que añadir el déficit en fuentes de energía, puesto que la distribución del carbón asturiano se realizó de forma deficiente.
  • La carencia de capitales, tanto públicos como privados. La Hacienda española siempre fue deficitaria, lo que imposibilitaba la acometida de cualquier plan de modernización, pero además, la inestabilidad política no hizo sino empeorar esa situación. En esa situación la única posibilidad era recurrir al préstamo, bien en el interior, bien en el extranjero, con lo que en muchas ocasiones sectores clave de la economía (minas, transportes, servicios, …) cayeron en manos extranjeras.
  • El colapso de las colonias no sólo privó de ingresos al Estado, sino también a la burguesía ya que recortó considerablemente el comercio exterior de productos manufacturados, lo que repercutió en la industria textil catalana y en sus exportaciones. Esto llevaría a la burguesía periférica a mostrar su descontento con el funcionamiento de las instituciones del Antiguo Régimen.
A estos factores básicos hay que añadir otros como la mano de obra escasamente cualificada; la carencia de medios de transporte eficaces y el alto coste de los que había; los defectos del mercado interior; un sistema tributario que tendía a favorecer a los más poderosos, así como los factores físicos, especialmente, la carencia de agua, imprescindible en muchas industrias como la química o la papelera. De hecho, muchas industrias se localizan en zonas relativamente ricas en agua.
El algodón y el hierro fueron los sectores clave en la Revolución Industrial, siendo los que sufrieron transformaciones más profundas, aunque carecieron de los apoyos que hubieran necesitado.
El proceso industrializador en España se inició a mediados del siglo XIX, con un importante retraso respecto al resto de Europa, y desde el principio, apareció polarizada en torno a sectores concretos -textil, siderúrgico, químico- y a regiones concretas que provocarían situaciones de monopolio, desequilibrio e inestabilidad. Si a esto se añade la dependencia del exterior, tanto técnica como financiera, tendremos perfilados los rasgos que caracterizarán el desarrollo industrial en España durante el siglo XIX.

6.2 LOS INICIOS DE LA INDUSTRIALIZACIÓN
Durante la primera etapa industrializadora -1833 a 1874- la modernización de algunos sectores convivirá con el estancamiento de los tradicionales sectores artesanales.
El arranque de la industrialización se sitúa en Cataluña en relación con los adelantos técnicos ingleses (telar mecánico y maquinaria moderan) aplicados a la industria algodonera, durante los 30´s. En 1859 los tejidos de algodón se convirtieron en la primera partida comercial por su valor, estando la mecanización pareja a la comercialización del producto. La empresas tendieron a un importante proceso de concentración, aumentando su tamaño medio.La mecanización y la concentración permitió la movilización de capitales importantes, de los cuales algunos procedían de los repatriados de América tras la emancipación, aunque la mayoría provenía de la emisión de acciones por parte de las compañías. El desarrollo de la industria textil catalana estuvo a punto de producir el despegue de las industrias químicas, pero la entrada de productos más baratos de extranjero frustró esta posibilidad. La producción de pólvora de Manresa abastecía la demanda nacional al principio, pero tuvo que cerrar por la falta de ventas. La falta de demanda se debió sobre todo a la falta de consumo de fertilizantes por parte de la agricultura .
En el País Vasco la industrialización se inició con bastante retraso respecto a Europa, con una industria siderúrgica muy modesta, ya que hasta 1849 no se creó en Vizcaya el primer horno de carbón vegetal para la fundición de hierro. El coque no empezaría a usarse hasta los 70, y si a esto le añadimos el atraso tecnológico, las dificultades en los transportes y otros factores de tipo financiero y administrativo, veremos que la producción de hierro colado vizcaíno fue escasa en estos momentos iniciales. De hecho, otros centros industriales, como Málaga u Oviedo, superaron esa producción, aunque ninguno cubría la demanda nacional de productos siderúrgicos, por lo que era necesario importarlos (como en el caso del ferrocarril). El gran salto de la siderurgia vasca se producirá a principios de los 80, coincidiendo con la caída de los otros centros productores.

6.3 LA INDUSTRIA TEXTIL
Al igual que en Inglaterra, la industria del algodón fue la que inauguró el camino hacia la modernización industrial, y también al igual que en Inglaterra, la materia prima debía importarse. En este caso, el mercado antecedió a la industria pues antes de fabricarse en Cataluña, su importación fue muy importante.
6.3.1 La  industria algodonera
Las claves para el desarrollo industrial textil en Inglaterra fueron la existencia de un carbón abundante y de calidad, y la existencia de una demanda fuerte y creciente. En el caso español estos dos factores estaban ausentes. La industria algodonera se había desarrollado en el siglo XVIII al amparo de la protección estatal y del mercado colonial en América, que absorbía una parte muy importante de la producción. Pero con la emancipación, el mercado quedó reducido al marco peninsular, donde el bajo poder adquisitivo unido al estancamiento demográfico y las malas condiciones de transporte, hicieron que las pérdidas fueran sustanciosas. A pesar de ello, la industria consiguió desarrollarse, gracias al relativo adelanto de Cataluña y a la protección arancelaria.
Cataluña, desde mediados del siglo XVIII, había experimentado un importante crecimiento económico, no sólo por su comercio con las colonias, sino también por su próspera agricultura y su vitalidad demográfica, factores todos que permitían la acumulación de capital, que unido al espíritu empresarial, a la mano de obra barata y a un mercado para colocar los productos, situó a la región en la cabeza del país en cuanto a desarrollo económico. La fortaleza económica que adquirió durante estos años fue la que le permitió superar el desastre que supuso la pérdida del mercado colonial.
La industria catalana siempre estuvo a la zaga de la inglesa ya que sus fábricas eran menores, sus técnicas más atrasada y, por tanto, sus precios más altos. En lugar de optar por la especialización, en España se tomaron medidas proteccionistas destinadas a reservar el mercado peninsular y colonial para los tejidos catalanes.
La industria catalana empezó su modernización a principios del siglo XIX, pero se vio interrumpida por la Guerra de la Independencia, y hasta la década de los treinta no volvió a reactivarse. La mecanización siguió su desarrollo entre 1830 y 1855 con la introducción de nuevas máquinas, lo que provocó el malestar de los trabajadores. En muchos casos se llegó a infrautilizar la maquinaria para no ahorrar trabajo y, así, evitar conflictos laborales y de orden público.
La industria catalana tuvo que enfrentarse a inconvenientes que no tuvo la inglesa, como son la falta de profundidad y dinamismo del mercado interior, aunque su crecimiento fue continuo gracias al proceso de sustitución, tanto de la lana y el lino, como de las importaciones (gracias a las medidas proteccionistas y al control del contrabando).
Fases. La fase de crecimiento se interrumpió en 1855 cuando la política económica de los progresistas abrió otras posibilidades de inversión (ferrocarril, tierra, minas, bancos, …). En 1868 la industria catalana empezó a recuperarse, aunque no alcanzó el crecimiento de años anteriores. Finalmente, en 1882, con la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas que reservaba los mercados comerciales antillanos, se volvió a ver una etapa de crecimiento, gracias a los mercados de Cuba y Puerto Rico. En 1898, con la pérdida de las últimas colonias, la industria sufrió un nuevo revés que le llevó a una fase de estancamiento en la que permanecerá durante los primeros años del siglo XX.
6.3.2 La industria textil de otras fibras
La industria lanera había sido la más importante del Antiguo Régimen y se basaba en la lana producida artesanalmente en las zonas ganaderas de Castilla. Esta situación cambió con la competencia del algodón, lo que obligó a que la industria lanera se modernizase y mecanizase.
La nueva industria de la lana se concentro en Sabadell y Tarrasa, que tenían todas las ventajas que les proporcionaba la cercanía a Barcelona, tanto en lo referente a intercambio de trabajadores, ingenieros y empresarios, como por los servicios comerciales, financieros y portuarios. Además el ferrocarril de Zaragoza les ponía en comunicación con los mercados del interior.
Los antiguos centros laneros (Alcoy, Antequera, Ávila, Béjar, Palencia y Segovia) se vieron condenados a la extinción. Únicamente aquellos que se especializaron,  sobrevivieron (mantas de Palencia, capotes de Béjar, etc.)
La industria del lino, rural y concentrada en Galicia, también se vio sumida en un proceso de decadencia debido a los problemas para su mecanización y a la competencia del algodón catalán.
La industria sedera también entró en declive en las zonas de producción tradicionales (Valencia, Murcia, Granada) ya que sus problemas estructurales le impidieron modernizarse y competir con las industrias de la seda catalanas.

6.4 LA INDUSTRIA SIDERÚRGICA
Para el desarrollo de esta industria, si bien es importante contar con buenos recursos de hierro, más lo es aún disponer de carbón abundante y con una fuerte demanda de sus productos, condiciones ambas, que como en el caso de la industria textil, fallaban en España.
Los problemas de localización de estas industrias se ponen de manifiesto por la sucesión de instalaciones en distintos lugares, que fueron entrando en decadencia una tras otra, excepto la de Vizcaya. Si Vizcaya sobrevivió fue porque su abundancia de mineral de hierro sin fosfatos era el que demandaba la industria inglesa, lo que abarataba la importación de coque británico que volvía en los mismos buques en los que iba el mineral de hierro vasco.
  1. La primera etapa de la moderna siderurgia española fue andaluza, ya que los primeros altos hornos se localizaron en Málaga, donde había abundancia de recursos minerales (Ojén y Marbella). Sin embargo, el elevado coste del transporte del carbón mineral (traído de Inglaterra y Asturias) hizo fracasar esta industria, que a partir de 1865 entró en decadencia.
  2. La siguiente etapa fue la de la siderurgia asturiana, situada en las cuencas carboníferas de Mieres y Langreo. Las dificultades, como en el caso andaluz, surgieron debido a la carestía de los transportes, tanto en ferrocarril como en barco. Además, el principal cliente de los productos siderúrgicos, el ferrocarril, compraba en el extranjero, con lo que, a partir de 1880, la metalurgia asturiana perdió la hegemonía siendo desplazada por la vasca. Asturias quedó limitada a la explotación del carbón, escaso y de baja calidad; su salida comercial se debió a la organización de los hulleros en ligas proteccionistas.
  3. Vizcaya se convirtió en el símbolo de la siderurgia española. Su desarrollo se produjo en torno a la exportación del mineral de hierro, sobre todo, aunque también se exportaba, en mucha menor cantidad, el hierro en lingote. El hierro se explotaba allí desde la Edad Media, pero los problemas de transporte, innovación empresarial y combustible, mantuvieron a la siderurgia en una situación precaria hasta mediados del siglo XIX, cuando se creó la primera sociedad siderúrgica moderna -gracias a las gestiones de financieros bilbaínos- que instaló en 1848 el primer alto horno de la zona. Entre 1856 y 1871 la producción de hierro vizcaíno se quintuplicó, pero no sería hasta la Restauración cuando se iniciaría un crecimiento sostenido debido a la producción de unas cuantas grandes empresas (San Francisco, La Vizcaya, La Iberia, que se fusionaron en 1902 para formar Altos Hornos de Vizcaya).
De forma paralela al desarrollo de la siderurgia, durante los 80 y 90 se fueron creando muchas empresas dedicadas a las industrias derivadas del hierro (fundición, construcciones metálicas, maquinaria, …) de forma que, a principios del siglo XX, las fábricas y talleres que conformaban la siderometalurgia vasca, pasaba el centenar.
El despegue definitivo de la siderurgia vasca durante la Restauración se debe al auge previo de la producción de hierro y a la conjunción de una serie de factores favorables como la introducción del convertidor Bessemer que exigía hierro sin fósforo (como el que había en el País Vasco), lo que impulsó sobremanera la explotación minera y posterior exportación de este recurso, como ya hemos visto al hablar de la minería.
La conversión de los metalúrgicos vascos en proteccionistas es posterior al arancel de 1891, que si bien no les perjudicaba, tampoco les beneficiaba, pues estaba pensado para favorecer a los catalanes, ya que abarataba las importaciones de algodón. Hasta 1890 los vascos habían sido partidarios del librecambismo, sobre la base del productivo comercio que mantenían con los ingleses (hierro vasco - carbón inglés), pero a partir de 1890 las exportaciones de hierro vasco disminuyeron bruscamente debido a la crisis económica general y a que se descubrieron nuevos procedimientos de fusión que no necesitaban de metal no fosfórico. La pérdida de ese mercado llevó a los empresarios vascos a organizarse como grupo de presión que pedía la reserva del mercado nacional.
Las negociaciones para los acuerdos comerciales de 1893 movilizaron a los empresarios vasco en una protesta proteccionistas que encontró apoyo en los ambientes forales y pre-nacionalistas. El proteccionismo se intensificó en los años siguientes.

6.5 LA DIVERSIFICACIÓN INDUSTRIAL
Las industrias tradicionales también realizaron procesos de modernización y desplazamientos geográficos en la segunda mitad del siglo XIX.
  • La industria del molino sustituyó al muela por máquinas de vapor y rodillos metálicos que permitían mayor rapidez y un molido más fino y mejor. La introducción de los nuevos sistemas fue lenta y a finales de siglo, la industria se fue desplazando hacia el Este, primero a Aragón y después a Cataluña, donde se beneficiaron de la llegada de granos extranjeros.
  • La producción de aceite de oliva a principios de siglo se hacía con fines industriales o de alumbrado, pero según se fue generalizando su consumo culinario, se procedió a una mayor tecnificación de su elaboración, sustituyéndose la prensa hidráulica por la movida con vapor.
  • La industria vinícola estaba repartida por todo el país, pero algunas zonas se especializaron más, como Cataluña, Andalucía y Valencia. Los vinos de Málaga y Jerez se exportaban al extranjero, sobre todo a Inglaterra, de donde llegaron capitalistas y empresarios(Garvey, Terry, Osborne, Byass, Domeq), para organizar la exportación a sus países de origen.
  • La industria corchotaponera, relacionada con la oleícola y con la vinícola, usaba como materia prima la corteza del alcornoque, y estaba asociada al comercio de vino de calidad.
  • La industria alcoholera, también relacionada con la empresa vinícola, estuvo muy difundida, pero sus avances técnicos fueron modestos, resultando poco competitiva y acogida a la protección estatal.
  • La industria de explosivos se desarrolló gracias a la expansión de la minería. Durante los años ochenta y noventa hubo una situación de competencia entre las distintas industrias del sector en Asturias, Vizcaya y Cataluña, que en 1897 se constituyeron en un cártel que sería reconocido con la creación del Monopolio de explosivos. La unión de todas estas empresas daría lugar a la Unión Española de Explosivos.
  • La industria mecánica era testimonial ya que el tamaño de las empresas y sus realizaciones eran muy pequeñas. En Cataluña hubo talleres metalúrgicos que producían maquinaria textil, herramientas e, incluso, el primer barco de vapor. En 1855 varias sociedades metalúrgicas se fusionaron formando la Maquinista Terrestre y Marítima, que pasaría a ser la más importante del ramo.
  • Los astilleros barceloneses y vizcaínos habían producido veleros de madera, pero la revolución del vapor exigió la reconversión de la industria naval, que se inició en el País Vasco, favorecida por el desarrollo de la siderurgia y por la política proteccionista (Ley de Protección a la Escuadra de 1887). Sin embargo, esta industria se resentirá por las limitaciones de la siderurgia, por lo que tendrá grandes dificultades y retrasos en la transición hacia los barcos de acero movidos a vapor. En estos momentos finales del siglo XIX apenas se puede hablar de un preludio de lo que será el crecimiento del siglo XX.
  • Según Martínez Cuadrado, merecen especial consideración 2 de las industrias de la 2ªrevolución industrial, por una parte las industrias químicas que repercuten en toda la estructura económica; agrícola (abonos) comunicaciones, textil, farmacéutica. No obstante estos productos no alcanzaron la importancia necesaria para el país tanto por su casi absoluta dependencia del exterior como xla escasa capacidad de demanda de mercado interno.
  • En lo que respecta a la industria eléctrica, segundo de los sectores mencionados, fue un sector decisivo. La diversidad de opiniones en torno a su uso arrancó de de la exposición de Barcelona de 1888, posterior a la iluminación pública con lámparas incandescentes en Madrid en 1881 a partir de la cual se establecieron las primeras centrales eléctricas. La empresa alemana A.E.G. montó la compañía del gas en Madrid, que luego sería "la compañía general madrileña de electricidad". Tras ella surgieron otras hasta la fundación de la" hidroeléctrica ibérica" y la "Barcelona Traction  light  and Power" que introdujo el capital extranjero el sector.

8–  BIBLIOGRAFÍA.
GARRABOU, R., BARCIELA, C. Y JIMÉNEZ, F.I., eds.: Historia agraria de la España contemporánea. Vol. 2. Ed. Crítica/Historia, Grupo Grijalbo, Barcelona, 1986.
FELIPE RUIZ, E.J. HAMILTON, GONZALO ANÉS, GABRIEL TORTELLA et al.: El Banco de España. Una historia económica. Banco de España, Madrid, 1970.
HAMILTON: Ensayos sobre economía española a mediados del siglo XIX. Madrid, 1967.
ESTAPÉ, F.: La reforma tributaria de 1845. Barcelona, 1971.
SÁNCHEZ ALBORNOZ, N.: España hace un siglo: una economía dual. Barcelona, 1968.
TORTELLA, G.: Los orígenes del capitalismo en España. Banca, industria y ferrocarriles en el siglo XIX. Madrid, 1973.
NADAL, J.: El fracaso de la revolución industrial en España, 1814–1913. Barcelona, 1975.
NADAL, J. y TORTELLA, G.: Agricultura, comercio y crecimiento económico en la España contemporánea. Barcelona, 1973.
CASARES, A.: Estudio histórico–económico de las construcciones ferroviarias españolas en el siglo XIX. Madrid, 1973.


